$7.000,00

Ver medios de pago
Descripción

No dejaba de mover las manos. El chasquido incesante de los dedos que se rozaban entre sí aumentaba mi angustia. No debía tener más de treinta años, pero parecía de cuarenta; algo malo, muy malo estaba atormentando a su humanidad.
No dejaba de mover las manos. De a ratos se acomodaba un mechón rebelde que parecía más negro entre sus dedos huesudos y largos. Todo él me producía un espanto siniestro, me aguijoneaba la médula con unos deseos incontenibles de salir corriendo. Pero no me animaba a irme. “El baile es para bailar; y el que no, jodido está”, reza el dicho popular.
El aire estaba enrarecido, mohoso; nos costaba respirar a ambos. Sobraba silencio y faltaban palabras. A la luz de la lamparita que pendía de un cable, me parecía doblemente fantasmal, como si se hubiese escapado de un cuento de terror.
Pero él no estaba para cuentos, llevaba encima todo el peso de la realidad posible; se notaba en su rostro cansado, ahuecado en unos labios partidos. Debía hacer mil años que no sonreía, la piel le colgaba de las mejillas de manera inevitable.
Sus ojos eran inmensos pero apagados, sin vestigios de luz, como si hiciese tiempo que estaban muertos. Al mirarme me helaban el alma, me dejaban una extraña sensación de tristezas infinitas. Se acomodó para hablar, para explicar. 

Autora: Alicia Peressutti