"En el fondo, esperan a alguien como yo" afirma el misterioso narrador de esta novela, mientras él mismo espera que suene el teléfono de su oficina alquilada en el centro de Seúl, la ciudad que le provee sus clientes. Él los escucha, los acompaña y les brinda asistencia para evadirse del tedio de sus vidas monótonas o desesperadas, de sus amores livianos, para liberarse de la epidemia de modernidad ficticia e indulgente a la que han sucumbido. «No estoy interesado en inducir a nadie a matar. Simplemente pretendo extraer su deseo reprimido en lo más profundo de la subconsciencia. Una vez liberado, el deseo empieza a multiplicarse por sí solo y la imaginación de mi cliente comienza a despegar», dice, y a cambio del servicio se apropia de esa imaginación, de ese deseo, para convertirlo en su propia literatura.
Con un estilo cercano a la ensoñación, contrastado con vívidas imágenes de potencia cinematográfica, Tengo derecho a destruirme es una oscura parábola de la vida urbana contemporánea oriental. Magníficos autos lanzados a toda velocidad por las autopistas, sexo con jóvenes ingenuas (o no tanto), la internacionalización del mundo del arte y su creciente frivolidad se conjugan en esta novela, que ya ha sido traducida a más de diez idiomas, confirmando a Kim Young-ha como un interesante exponente de la nueva literatura coreana.
Editorial: Bajo la Luna
Páginas: 116