Gustavo está en Santiago de Compostela investigando la repercusión de la Guerra Civil Española en Bahía Blanca, más precisamente, cómo se organizó allí la ayuda a los republicanos. En un paseo por el parque de la Alameda, un pequeño jardín de helechos, el Jardín de Andrómeda, y una placa con siete nombres despiertan su curiosidad. Que una ciudad tan católica le dedique un jardín a un personaje de la mitología griega le pareció algo raro. Los nombres en la placa le hicieron pensar en víctimas de la guerra, en republicanos, sobre todo porque eran de diferentes nacionalidades. Pero al parecer nadie sabe nada al respecto, ni siquiera el jardinero del lugar, cuyo nombre, llamativamente, es uno de los siete que figuran en la placa. El narrador, a medida que recibe por mail los avances y detalles de la investigación de su amigo, va entrando con él en una espiral de intrigas e hipótesis que, a su vez, le disparan infinidad de asociaciones, que van desde la astronomía y los mitos griegos, hasta la obra de Julio Verne, Van Gogh o Hundertwasser y su Jardín de los muertos felices. Mientras, la acción se traslada del parque de la Alameda a un circo en el Gran Rosario y de allí a un grupo secreto en Temperley, como en un gran maelstrom que todo lo abarca. “¿No será la espiral la figura que aparece cuando no se piensa, cuando se gesta el vacío?”, se pregunta el narrador. Luis Sagasti construye un libro exquisito en el que, como en Bellas Artes, vuelve a desplegar todo su ingenio y maestría de narrador.
Autor: Sagasti Luis
Editorial: Eterna Cadencia
Pg: 176