“Creo firmemente que los chicos son excelentes lectores y que seguirán siéndolo, si los adultos no se interponen demasiado con sus pedagogías.
Si los estimulan con entusiasmo y en circunstancias que revistan las formas del juego, en vez de poner a prueba sus competencias.
Si los dejan imaginar, en vez de pedirles que apliquen teorías con nombre y apellido.
Si los docentes les proponen libros que pueden interesarles e influir en sus vidas, no aquellos que son supuestamente útiles (para los adultos).
Si en vez de pedirles informes de lectura en forma policíaca, despiertan genuinamente la curiosidad de los niños.
Si no usan los libros para bajar líneas ideológicas, políticas, éticas o de cualquier tipo y llenarles la cabeza con el `ruido´ del mundo de los grandes.
Si los profesores de literatura no levantan murallas de conocimientos preliminares sobre las etapas históricas o los movimientos artísticos, ni los agobian con bibliografía.
Si, por el contrario, dejan que los chicos se pongan en contacto con los libros e inicien con ellos un diálogo directo, espontáneo y personal.
Porque la realidad es que no importa tanto lo que pasa alrededor de los libros, sino lo que pasa dentro de uno mismo, entre el libro y yo, el lector.
En fin, si los adultos no convertimos en una carga lo que debe ser una situación distendida y enriquecedora: leer”.
Editorial: Aique
Páginas: 96