Hay una condición de la escritura crítica que es, por un lado, la relación con la actualidad, en cuanto punto de observación, en la relación con el objeto. El objeto es el instante más inmediato, pero la escritura no remite a ese instante, no tiene a ese instante como interlocutor, sino que refiere a una temporalidad ilimitada. Esa cuestión de la escritura no se puede ni decir porque enseguida es rechazada por romántica y todo tipo de idealismos. Sin embargo, lo que supone, en el marco de una ética entendida como cuidado de sí, es que esa escritura no espera nada. Es una escritura que, a la vez que interpela el instante, no espera nada de él sino que se refiere a una extemporaneidad. Como si se guardara un mensaje en una botella.Tiene que ver con la dimensión imaginaria de la escritura: no espero nada. Hay que creerlo seriamente y uno no siempre puede creerlo seriamente. Y eso es muy determinante para la escritura. Es decir: es un proceso imaginario. Escribo esto y será leído dentro de veinte años. Lo cual implica también ponerse en el compromiso de remitirse a ese lector. O sea, si puede ser leído dentro de veinte años, podría ser leído ahora. Un libro hoy es una suerte de escándalo banal, no en el sentido etimológico de la palabra, sino banal. O sea, de repente es como si apareciera una nueva moda o una ropa nueva, o cualquier otra cosa. La manera en la que se mercantilizan los productos es discursiva, es categorial, no es anecdótica, como suele plantearse. Creo que una de las cosas que me preocupan es una reflexión radical sobre el mercado.
Editorial: La Cebra