Tajear la carne de la escritura para que broten las marcas que la vida nos ha dejado. Escribir, marcar, tatuar en la palabra los presagios que se cumplieron, aquellos temores ancestrales que fueron adquiriendo rostros concretos, momentos inolvidables. El barro y el fuego.
La poesía de Zazzetti convoca esta idea de manera magistral porque su ADN está inscripto en este libro, como en toda su obra: su escritura siempre es situada, desde la experiencia, en carne viva.
Hay en Hecha de viento un diálogo entre la infancia y el aquí y ahora. Su mínima edad despellejada recrea y resucita los instantes de felicidad y de dolor extremo para devenir belleza pura. Con notas de ternura concilia ese viaje compartido entre hermanos hacia un presente donde, alquimista de la palabra, los quehaceres cotidianos alumbran imágenes y reflexiones que devienen poema.
No hay olvido. Marcas. Pero es designio de poeta hacer con ellas pequeñas fogatas avivadas para que arda el silencio y el dolor, la angustia de la niñez robada a la alegría, la avaricia de recuerdos que oprimen. Liberarlos al viento y lavar su lengua en ese río que fue infierno familiar, en la esperanza de romper el cordón umbilical con el silencio.
Susana cierra los puños pero abre su alma a la poesía que alberga lirismo y cotidianeidad, caballos alados y veredas en un equilibrio delicioso que desconoce poses y efectismos.
Hay, en Hecha de viento, un yo y un nosotros que la nombra, la niñez y el presente. Y un pacto incorruptible con la palabra poética que es, sin duda alguna, su verdadero cordón umbilical. -Fabiana León
Editorial: Mascarón de Proa
Páginas: 96