Ania, la protagonista de esta novela, recibe una petición de su padre: que acuda en representación de la familia a despedir a su tío Agustín, quien agoniza al otro lado de la cordillera. Para hacerlo la mujer emprenderá un viaje de mil quinientos kilómetros, que será también una huida del presente y un desplazamiento hacia las fronteras difusas de la memoria.
En un despliegue de episodios y temporalidades que van desde los años setenta del siglo XX hasta las primeras décadas del XXI, con saltos hacia un pasado aún más lejano, los protagonistas de El sistema del tacto irán experimentando la agonía de sus raíces y la sensación de verse como extranjeros en los lugares que habitan. Pero no se trata solo de territorios geográficos, sino también de las familias, los afectos y las lenguas que les toca compartir. Ania y Agustín, unidos por una genealogía interrumpida y reflejados en una suerte de espejo involuntario: Ania y un padre cada vez más lejano en su extranjería chileno-argentina; Agustín y una madre –la omnipresente Nélida– cuya mente va siendo invadida por la desmemoria y el trauma histórico desde su Piamonte de origen, esa Italia de emigrantes para la que Argentina era la promesa de la América productiva y soñada.
Esta es una novela sobre el desarraigo y la pertenencia, sobre dos países separados por una montaña, sobre la familia, sobre las ausencias, sobre los recuerdos y las palabras, como las que escribe el tío Agustín en sus cuadernos de dactilografía, o como las que rescata Ania, fascinada por las erratas, en sus clases como maestra de escuela. Una narración en dos tiempos, entre los que van asomando otros textos complementarios: entradas de una vieja enciclopedia, novelitas de terror, manuales de comportamiento para migrantes, dictados dactilográficos que parecen haber sido clavados con furia sobre el papel, fotografías a medio desteñir, cartas de un continente a otro y decenas de archivos dispersos.
Editorial: Anagrama
Páginas: 192