A veces, lo que comienza como un juego termina de manera inesperada. A veces, algo traspasa el terreno de lo imaginario para volverse real, para volverse cercano, tan macabro como una voz que habla del más allá.
¿Cuántos grupos de amigos se encuentran en una ciudad? ¿Cuántos grupos de amigos se reúnen por las tardes, después de la escuela, a jugar, a contarse cosas, a hablar de lo que les pasa en el cuerpo, a no pensar en la realidad que los rodea? Porque la realidad que los rodea no resulta ser la más agradable para los que están en esta historia: uno tiene el hermano preso; hubo un asesinato que toca de cerca a alguien del grupo; los compañeros de clases se burlan de ellos, se sienten superiores; los padres no los entienden, como si nunca hubiesen tenido esa edad, como si siempre hubieran sido adultos.
Una tarde deciden armar un tablero de ouija y tratar de contactarse con los espíritus. Sin creer que sea más que un juego prueban comunicarse, hacen la llamada. Hay alguien del otro lado, alguien que contesta, alguien que los busca para saldar las cuentas, para terminar desde el otro mundo lo que quedó inconcluso en este. Y ahora, como una llamada que nunca tendrían que haber atendido, esa voz los persigue, se les mete en los sueños, les anticipa lo que va a pasar, les habla de muertes futuras, los seduce, los lleva, de a poco, a no saber qué es real y qué no.
Sebastián Fernández ha escrito una novela de sueños imposibles, una novela en la que la pesadilla es la norma, una alucinación de la que nadie puede salir ni despertarse. Escrita con una prosa ágil, desbordada y medida a la vez, nos encierra en la trama y cierra, desde el otro lado, la puerta.
Editorial: Vestales