Crecer implica un tiempo que no responde a almanaques o relojes.
Cada niño tiene su modo y su tiempo de crecer y aprender que depende de su genética pero especialmente de la particular crianza que para él elige su familia. Algunos padres, por distintas razones, los apuran logrando maduraciones precoces y responsabilidades tardías.
Niños adultizados, púberes precoces, adolescencias riesgosas, adultos pretendiendo la juventud eterna… El fin, el tiempo está en juego y la prisa parece generalizarse.
El texto intenta reflexionar como se juega esto en cada escena fundante: familia, escuela, sociedad y los costos de ese «apuro» traducido en un nuevo tipo de malestar y en síntomas inéditos.
Editorial: Ediciones del Boulevard