Este estudio aceptaba ser compuesto de dos maneras distintas: o bien definir primero las constantes del realismo político, para entonces descender del reino de las ideas al de los hechos, o bien bascular de la historia a la politología y de la geopolítica a la estrategia, en una suerte de movimiento de sístole y diástole entre las disciplinas antedichas que, de esta manera, vienen a complementarse mutuamente. Vicente Massot prefirió seguir el último camino. No con el afán de convertir el examen histórico en un venero de suspiros nostálgicos. Sencillamente, por una predilección académica.
Trata de mostrar en el libro como la política exterior del Canciller de Hierro contrasta de manera acabada con lo que se ha denominado Idealpolitik. Si hubiese que ponerlo en términos weberianos cabría sostener que la ética de Bismarck fue la de la responsabilidad y no la de la convicción. Su realismo no se definía por la ausencia de principios o valores, sino por la inexistencia de dogmas capaces de torcer su voluntad a la hora de decidir las cuestiones públicas.
Como toda historia, al decir de Croce, es, después de todo, historia contemporánea, la importancia del ensayo reside en el hecho de mostrar el grado de autonomía que puede tener el manejo de las relaciones internacionales. El examen de la Realpolitik bismarckiana acaso sea de interés encararlo a principios del tercer milenio por la naturaleza misma del mundo surgido en la postguerra fría: profundamente integrado en lo económico y tecnológico, a la vez que crudamente conflictivo en lo estratégico-político.
Editorial: Claridad