A principios del A principios del siglo XVI, la civilización inca dominaba América del Sur. Emperador tras emperador, ese dominio se había extendido, haciendo honor a los designios de los dioses.
Lo habían conseguido por la determinación y por la certeza de que debían llevar su presencia a todo el mundo conocido. Para hacerlo, habían utilizado un eximio arte de gobierno y también represiones temerarias. La guerra no era una crueldad arbitraria, era, en todo caso, un instrumento indeclinable de la política, un puente hacia una pacificación duradera.
Cuando Atahuallpa, hijo de Huayna Cápac, hereda el sitial de Emperador reconoce que debe mantener esa paz, que a veces para mantenerla es indispensable la violencia y que debe seguir extendiendo el Imperio Inca. Cree estar preparado para todo, pero lo cierto es que nunca se está preparado para lo desconocido.
La llegada de los españoles, capitaneados por Francisco Pizarro, es justamente lo desconocido. Atahuallpa, curioso por naturaleza, no ordena lo más elemental: ejecutarlos.
Editorial: Edhasa
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